Alberto Madrid Letelier
La Butaca
“Mirar una imagen es entrar en contacto, desde el interior de un espacio real que es el de nuestro universo cotidiano, con un espacio de naturaleza fundamentalmente diferente, el de la superficie de la imagen”
Jacques Aumont
El cuadro en el que se ven dos butacas, me permite abordar la relación del espectador con la imagen que funciona o metaforiza la situación de éste en el vacío de éstas. El espectador está fuera del marco, se sabe que éste es un límite del dentro y fuera del cuadro. En el caso de las pinturas de Alberto Marín, esa ausencia del espectador en el vacío de las butacas está desplazado o ficcionalizado más bien dentro de la superficie de la pintura. La característica de la serie de pintura que expone y dispone Marín especula la situación del intérprete, es decir, el espectador. En un primer recorrido, la constante de la serie de las pinturas, la superficie del cuadro, corresponde a una escenificación —escenario— en el que superponen el ilusionismo y la representación de la tradición de la pintura del Renacimiento, en el entendido de una escenografía para contextualizar un relato; aquí es equivalente a un escenario, el espacio está dispuesto como una escenografía para la acción de la pintura, con ello quiero indicar que la acción es la cita de la historia de la pintura, en unos caos más literal y en otros como alusión. La literaturalización de la pintura está en las citas a Rugendas, Magritte, Van Gogh, entre otras, referidas a pinturas específicas según los artistas —escenas—: “El huaso y la lavandera”, “La pieza” y “El arte de la conversación”, que son recontextualizadas en una operación desconstructiva. Así, “El huaso y la lavandera” es escenificada en la puesta en escena del lavado, se transforma en un escenario en el que la lavandera se focalizada suspendiendo una prenda, en tanto que las otras prendas del huaso cuelgan, el resto de los elementos son un piano y un micrófono. En otra, el fondo de la pintura original de Rugendas es utilizada paródicamente al modo de un telón de fondo: la lavandera lava en una piscina portátil y en otro sector el huaso observa desde la distancia. La ironía es si el huaso la está mirando o está sorprendido por el intento del caballo de traspasar un muro. De este modo, Marín juega con el espectador, con el ilusionismo de la representación, en la ejecución de la puesta en abismo de la representación de lo representado. Esta situación me recordó “Las meninas” de Velásquez, en la que existe la analogía con Marín de la especularidad de la representación del espectador. También, en el ámbito del teatro se encuentra la figura del distanciamiento brechtiano respecto del espectador, la cual permite romper con la ilusión de los acontecimientos que se representan y alertar al espectador de los límites del escenario y el cortinaje. A modo de cortina, otra secuencia: “El cuarto de Van Gogh”, el que es reutilizado por Marín para escenificar otra versión —interpretación— del acto de la pintura. En esta ocasión parte de los elementos son el pretexto para escenificar la construcción espacial. Se podría decir que en ésta se representan tres espacialidades, la cita de la cita: una, la cama (del cuarto), otra en la superficie el fragmento de otra pintura de Van Gogh y, la última, una tela que oculta su superficie y se ve el armado del bastidor. La construcción del espacio en las otras pinturas funciona, ya lo he dicho, como escenografía que se evidencia en el tratamiento de la luz. Ésta opera de modo focalizado y la iluminación se sabe es otra instancia clave en esta teatralidad de la pintura: luces, sombras, siluetas que son asociadas a la rememoración. Marín cuando pinta rememora sus tardes de ensoñación en el Teatro Victoria, ahí comenzó su voyerismo, su pulsión escópica, que luego representa en la pintura en cuanto superficie de deseo que es lo que Marín teatraliza: la representación, su status en términos de su constitución, ya que ésta no sólo existe en la pintura. De ahí la analogía que establece con el teatro como lugar destinado también a la representación. El espectador se dispone a la ilusión al igual que en la tradición pictórica la imagen es una ilusión del mundo real. Aquí en el espacio del espectador en la pintura de Marín se duplica, está en el cubo escénico en el cual se simulan acontecimientos, dándose la réplica que el pintor construye la imagen y ésta al espectador. Las pinturas de Marín funcionan como un teatrino, un teatro en miniatura en el que dispone elementos para que el espectador lea la trama. La trama de la pintura, la que destrama en la desconstrucción de la cita. Marín especula con el saber de la pintura traduciéndola en una alegoría, ironía, parodia, en que involucra al espectador para que continúe construyendo sentidos.
Alberto Madrid Letelier
